Nuestra provincia ha entrado en una fase de flexibilización de la cuarentena, o no. Es difícil afirmar eso en idas y vueltas por los focos de contagio que aparecen. Mientras en el AMBA se debaten volver a la fase 1, en Entre Ríos comenzamos a vivir una relativa “nueva normalidad” plagada de un cúmulo de incertidumbres. Pareciera que el comienzo del fin de la pandemia se avizora en el horizonte, o al menos eso es lo que los gobernantes repiten para llevar tranquilidad a los ciudadanos, cada vez más inquietos y preocupados. Mientras la propaganda quiere hacernos creer que todo está bien, la realidad diaria se vuelve cada vez más preocupante para muchos.
En este tiempo, la pandemia ha sido la excusa perfecta para todo: para justificar la crisis económica, para tomar políticas que avasallan derechos adquiridos, para reducir las funciones de poderes del Estado; todo ha quedado tapado por el manto del Covid-19, todo es por culpa del virus.
Los gobiernos han culpado al coronavirus de todo lo que podían, sin asumir responsabilidades por nada. La pandemia ha sido el problema, cosa de la que discrepo totalmente, porque el verdadero problema hoy son los liderazgos.
Quienes ejercen un cargo público, se visten con ropa ajena. El liderazgo no es algo que se pueda imponer, es algo adquirido, la sociedad es quien te identifica como líder y no el líder el que se autoproclama. Esta cuestión, cuando hablamos de liderazgos en la función pública, pareciera desdibujarse, ya que quién ocupa el lugar de líder muchas veces lo hace por una circunstancia, por una formalidad y no por sus cualidades o habilidades, son líderes impuestos sin ningún tipo de relación con la sociedad.
En el dinámico contexto en que estamos, la sociedad cada vez más le pide rendir cuentas a los líderes del sector público. Los ciudadanos se van tornando en jueces críticos contra los líderes que no saben dar respuestas apropiadas, más en esta situación, y sobre todo en las circunstancias que sucederán en la post-pandemia. Ahí será donde tocará esa rendida de cuentas por las decisiones en todos los aspectos que conducir a una sociedad implican, en la salud, en la economía, en la educación y en la psiquis social.
Por eso, es de todo buen líder ser ético, porque hay una ética en el liderazgo: aprender, luego liderar. Si no se está en condiciones de liderar, debe retirarse, aprender y luego volver a construir el liderazgo. Esto la casta política parece no entenderlo, y busca liberarse de las responsabilidades cuando toma una decisión desacertada. Ejemplos sobran en estos más de noventa días que venimos transitando y muchos son los problemas de siempre, desde compras con sobreprecios en alimentos, funcionarios incumpliendo el distanciamiento y ni hablar de la mala comunicación de las decisiones -de las pocas que se toman- que se dilatan en el tiempo, que se dicen por lo bajo porque nadie quiere hacerse responsable pareciera.
En nuestra ciudad y en nuestra provincia, los liderazgos son impuestos arbitrariamente, sin ningún tipo de relación con la sociedad. El político está cada vez más alejado del territorio, de las realidades de la familia, de la educación y la salud pública, del subirse a un colectivo para ir a trabajar, de los sectores productivos. Eso hace que desconozca más de una realidad y no sepa cómo intervenirlas.
Esa falta de contacto no solo se repite en él sino que se forman séquitos que los rodean y que incurren en el mismo problema, se busca llegar a la función pública y despegar. Porque si la distinción de un buen líder está en saber delegar, cuando no pueda resolver algo por sí solo, los delegados que rodean a los líderes políticos también carecen de los saberes apropiados para su función, pues llegaron a donde están por una mera formalidad.
¿Cómo prepararse para una situación atípica como esta? ¡Nunca había pasado!: otra de las frases que escuchamos a diario. Es verdad que la incertidumbre nunca va a desaparecer del todo, siempre puede aparecer algo nuevo, pero es exactamente esa cuota de incertidumbre la que debe movernos a estar listos para nuevos escenarios. Es necesario prepararse para la función, formarnos y estar a la altura, asumiendo los riesgos y anticipándonos a posibles situaciones. Exactamente todo lo contrario que los gobernantes de hoy hacen. Parecen bomberos, van apagando incendios. Eso significa que van detrás de las cosas que ya acaban de ocurrir, y lo que tenemos que procurar es que no ocurran.
La mediocridad política ha demostrado su peor costado, tomando decisiones tan malas o que son solo cotillón. Hoy los puestos claves se cubren con personas “de confianza”, pero sin la formación específica, se va y viene entre una postura y otra porque lo único que saben es experimentar, probar una cosa y luego otra, porque venimos corriendo al problema desde atrás sin anticiparnos. Como ya lo había dicho en su momento, parecemos conejillos de indias en un laboratorio.
Por las dudas, aclaro nuevamente que la cuarentena fue la decisión correcta. Hubo firmeza para tomarla y se hizo en el tiempo correcto. Sin embargo, no hubo la misma firmeza para solucionar todos los otros problemas que trajo la parálisis. No hubo firmeza para tomar las decisiones, comunicarlas con claridad y anticipación y generar tranquilidad. Se ayudó a varios sectores, pero, inexplicablemente, dejando a otros a la deriva y a todos con mucha incertidumbre. Y como política pública es todo lo que un gobierno decide hacer y decide no hacer, entonces la incertidumbre y la falta de decisiones para aplicarlas, hay que tomarla como una voluntad política del gobierno.
Otra política pública de la clase dirigente de nuestra provincia durante décadas, y que toma una relevancia mayor en esta pandemia es la pobreza estructural. El tristemente célebre conurbano de Concordia, las poblaciones vulnerables de las islas (donde viví un tiempo y puedo hablar de primera mano) y las villas que proliferan en nuestras ciudades a las veras de los arroyos, en basurales y lugares marginales. No hicieron nada para ayudar a estas personas o peor aún, gobernando durante décadas hicieron todo para que permanecieran así. Y ahora el virus los encuentra en las peores condiciones y en la extrema vulnerabilidad de contagiarse y sufrir las consecuencias de esta enfermedad.
La sociedad va a tener que ser muy exigente, pedirles a aquellos que nos dirigen que hagan lo que dicen que van a hacer. La exigencia deberá ser por medio de la participación, no hay que regalar los lugares que nos corresponden de manera gratuita. Estamos en un escenario crítico en la Argentina, la falta de compromiso. El camino será participar y comprometernos como miembros de la sociedad, es lo que decidí hace un tiempo y es el desafío al que los invito.
*Armando Sánchez es Presidente de Políticas para la República en Paraná. Candidato a Intendente en 2019